En las tierras donde comienza a elevarse la figura majestuosa del gran Champaquí, se asientan estos dos pequeños pueblos de cultura serrana, en donde aún perduran resabios, del a antigua ´presencia, de familias inglesas. Arroyos que surgen de vertientes cercanas, sendas que desafían al terreno escabroso y antiguas casonas donde disfrutar los sabores de esta región, integran la propuesta diversa de este lugar que apacigua el espíritu.
Cuando arribaron los conquistadores a estas tierras habitadas por aborígenes, las entregaron a don Miguel Maldonado, y se conformó la estancia Yacanto.
Más tarde fue propiedad el alférez real José de Quevedo y en el año 1717 se dividió en dos partes, el casco de la propiedad original conservó el nombre de Yacanto y la nueva formó la estancia San Javier. El capitán Cristóbal Barbosa y su primo Juan Luis Arias y Cabrera, adquirieron ambas estancias respectivamente.
Según algunos documentos antiguos, hacia 1755 ya existía la capilla de San Javier, alrededor de la cual se comenzó a formar un caserío.
La etapa de verdadero crecimiento llegó por el año 1870, entorno de uno de los molinos hidráulicos de la zona, perteneciente a don Benito Iglesias.
El molino era abastecido por las aguas del arroyo Yacanto y allí se producían cerca de 550 kg de harina por día, destacándose la molienda de trigo, que estaba en pleno crecimiento en la región y también la producción de maíz, avena, cebada y centeno para obtener harinas para el alimento de ganado y consumo en hogares.
A finales del siglo XIX la sociedad compuesta por los hermanos Castellanos y Mariano Torres, compraron el molino e incorporaron mejoras para incrementar la producción, agregando obras de vías de acceso al paraje, para facilitar el traslado de lo producido. Pero pronto sucedieron una serie de desgraciados acontecimientos que fueron diluyendo el protagonismo del molino en la región hasta el final de su funcionamiento.
Corría el año 1897 cuando ocurrió un terrible accidente, mientras se celebraba una fiesta para inaugurar una nueva piedra moledora. La hija del Sr. Torres, fue atrapada por una mula que la tomo de su vestido y la arrastró, dejándola sin vida ante el estupor de los presentes. La molienda se vio disminuida en los meses posteriores. Dos años después, las instalaciones sufrieron un incendio y no volvió a funcionar.
Sin dudas, el molino fue un gran propulsor de la economía y progreso de esta región, inclusive colaborando con la actividad turística, ya que muchos de los personajes vinculados a la producción que allí se realizaba, aprovechaban la ocasión de su visita para bañarse en los generosos balnearios del arroyo Yacanto.
Tiempo después, la sociedad propietaria, vendió las tierras a la empresa del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, quienes emprendieron la construcción de un gran hotel al que luego le sumarían un campo de golf. Fue este emprendimiento lo que sin duda marcó el inicio de la importante actividad turística que hoy caracteriza a la región. San Javier cuenta con una de las capillas mas hermosas de todo el valle. Fue erigida en el año 1910 y su arquitectura se destaca en medio del apacible poblado. Presenta un cuerpo central con una alta torre en su lateral, que culmina en punta. Sus ventanas con arcos ojivales denotan un sobrio estilo gótico. Está dedicada a San Francisco Javier, considerado uno de los más grandes misioneros de la historia. La plaza a su frente es el perfecto lugar para admirar la capilla y a la vez el sitio ideal para comenzar a respirar la esencia del pueblo.
Por su parte, Yacanto dispone un pequeño templo que se estima comenzó a construir en el año 1898 y fue finalmente inaugurado en 1915. Fue realizado por Ángel Acosta y Nicolás Castellano Piñedo y está dedicado a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, la orden que dejó su imborrable legado en suelo cordobés.
ALTURA: 830 msnm
Fuente:
ALTAMIRANO, Marcos. 2015. Noroeste de Córdoba. Casano Gráfica, Buenos Aires, Argentina. 180 pp.